sábado, 28 de julio de 2007

TRABAJO INDEPENDIENTE : 4

Saber popular y saber profesional
¿qué es prevención?

Respecto de la prevención existen varias diferencias, y algunas de las más significativas se organizan en tomo al manejo de las representaciones y prácticas culturales como mecanismos de prevención. Mientras que la epidemiología, y el salubrismo en general, se caracterizan por el escaso uso de las "variables" socioculturales, la socioantropología las considera como sustanciales. Más aún, la biomedicina suele ver las representaciones y prácticas de la población como factores que inciden desfavorablemente sobre su salud; las perciben como un saber básicamente a modificar. Esta perspectiva considera además explícita o implícitamente que la población no maneja criterios de prevención.
Sin negar totalmente estas afirmaciones, lo primero que se debe recuperar es que todo grupo social ajeno a su rango de educación formal, genera y maneja criterios de prevención para los padecimientos que real o imaginariamente afectan su salud en la vida cotidiana. No existen grupos que carezcan de estos saberes, porque los mismos son estructurales a toda cultura, es decir, son decisivos para la producción y reproducción de la misma (Menéndez, E., 1994).
La mayoría de estos criterios preventivos son socioculturales, y el punto central, para nosotros, no es tanto considerarlos como comportamientos erróneos o correctos, sino asumir que los grupos sociales producen criterios y prácticas de prevención más allá de que sean equivocados o no.
Reconocer esto supondría un cambio radical en la perspectiva salubrista, pues asumiría que los conjuntos sociales no son reacios a la prevención dado que producen y utilizan este tipo de prácticas. En consecuencia, uno de los principales objetivos médicos debería ser la descripción y el análisis de los significados de los saberes preventivos de los grupos, para trabajar a partir de los mismos en un proceso de acción conjunta salubrismo/grupos sociales.
Que una persona no deba transitar por ciertos lugares, a determinadas horas o durante algunos días; que no se deba exponer al niño pequeño a ciertas miradas de sujetos especiales; que no se deban comer cualesquier *alimentos solos o en relación con otros, etc., son criterios de prevención para no contraer síndromes culturalmente delimitados como,,aires", "susto", "empacho" o "mal de ojo"; pero además de ser criterios preventivos para estos padecimientos, el salubrismo debería reconocer que una parte de estos síndromes corresponden en parte a enfermedades respiratorias agudas y a gastroenteritis (Mendoza, 1994; Menéndez, E., 19871988, Osorio, 1994).
Una perspectiva complementaria debería también reconocer que las poblaciones producen y manejan saberes preventivos no sólo para las enfermedades denominadas tradicionales, sino para todas aquellas a las cuales ven como amenazantes. El saber de los conjuntos sociales sintetiza en la vida cotidiana la información procedente de diversas fuentes, incluida la biomédica, para generar estas estrategias preventivas, que incluyen por supuesto la carencia de actividades preventivas respecto de problemáticas que no definen como amenazantes o que registran dentro de procesos que no corresponden a la salud/enfermedad. En consecuencia, la perspectiva antropologíca trabaja con los grupos a partir de asumir que éstos manejan criterios preventivos, mientras que las ciencias de la salud no, o sólo las consideran como prevenciones con consecuencias poco favorables o ineficaces.
Respecto de la prevención hay toda una serie de cuestiones que juegan en la relación con ambas disciplinas. Uno de estos interrogantes se refiere a dónde colocar el énfasis preventivo, si en el nivel del estilo de vida individual y en la responsabilidad del sujeto o en las condiciones estructurales. La respuesta obvia sería en ambos, pero los datos sobre la orientación de las inversiones económicas dentro del sector salud son más decisivos, ya que indican que, por ejemplo, en el caso de México durante el lapso 1970-1990, sólo entre 5 y 7% de las mismas han sido dedicadas a actividades preventivas, lo cual indica la real significación de la prevención (Menéndez, E., 1990b y 1992).
Un problema relacionado directamente con la prevención, y en el cual se han centrado parte de las críticas socioantropológicas a la biomedicina es la potencialidad de que mediante la prevención, y por supuesto de la actividad asistencial, se desarrollen actividades de control social y cultural. Como sabemos, los conceptos proceso de medicalización y de psiquiatrización refieren en gran medida a dicha potencialidad. No sólo los trabajos de Foucault, sino toda una serie de investigaciones sociológicas y antropológicas han colocado el acento en estas funciones de control referidas tanto a los aparatos médicos sanitarios de los países capitalistas, como de los denominados " ex socialistas".
Ahora bien, más allá de la polémica generada en torno a esta posibilidad y que no sólo se ha dado entre socioantropólogos y biomédicos, sino dentro de ambas disciplinas (Bury, 1982; Conrad y Sehneider, 1980; Fox, l977; Menéndez, E., 1979 y 1990a; Strong, 1977 y 1979; Scully, 1980; Zola, 1975), debe tomarse en cuenta que para la socioantropología todo sistema médico cumple potencialmente funciones de control social y cultural, incluido el control político. Las líneas de investigación sobre estructura y función de la brujería desarrolladas a partir de los años veinte y en especial de los treinta en la antropología británica y de los Estados Unidos, evidenciaron justamente estas funciones de control. Estas conclusiones ulteriormente fueron referidas a los sistemas biomédicos, pero debe recordarse que para la antropología médica actual todo sistema médico, por "científico" que sea, refiere a un sistema cultural del que forma parte y es expresión (Gaines, 1992; Haln y Kleinman, 1983; Lock y Gordon, 1988; Nuckolls, 1992).

¿Hacia la complementación o hacia la diferencia?

Si bien ambas disciplinas tanto en términos de investigación como de investigación/acción desarrollaron metodologías que cumplen pasos similares, existen diferencias profundas que establecen algunas de las principales divergencias. Para nosotros este proceso de divergencia se incrementó a partir de la orientación "científica" elegida por la epidemiología, que habiéndose constituido -por lo menos parcialmentea partir de perspectivas sociológicas, fue reduciendo su metodología a una determinada interpretación de lo que es el método científico, lo cual entre otras cosas condujo a eliminar casi toda aproximación de tipo cualitativo, pese a que durante un lapso dicha aproximación constituyó parte de sus instrumentos de trabajo.
La epidemiología al colocar el objetivo nuclear en la medición estadística del fenómeno, al excluir de su esfera de investigación todo lo que no fuera medible, al optar por un empirismo que hizo secundaria la dimensión teórica, o al reducir los procesos holísticos que se dan en la realidad del proceso s/e/a a variables o factores manejados en términos cuantitativos, fue no sólo reduciendo sus posibilidades de captar información estratégica, analizarla y producir intervenciones, sino que se fue distanciando cada vez más de la antropología caracterizada justamente por el uso de una aproximación cualitativa.
En un trabajo reciente dedicado a analizar la epidemiología psiquiátrica, Bibeau y Corin (1995) señalan que dicha aproximación aparece cada vez más preocupada exclusivamente por la estandarización de sus instrumentos para medir problemas de salud mental, concentrándose en el diagnóstico. Cuantificar los diferentes tipos de diagnósticos ha pasado a ser el núcleo de interés básico, volviendo secundaria la búsqueda de la etiología del padecimiento. Este desplazamiento, según los autores, constituye la diferenciación más notoria entre la investigación epidemiológica actual y la de los años cincuenta y sesenta. La nueva orientación debe ser referida no tanto a la influencia de la concepción clínica, sino a la búsqueda de confiabilidad y validación que determinan el tipo de epidemiología psiquiátrica producida actualmente.
El segundo rasgo distintivo se da en función de que la epidemiología al estandarizar los rasgos para compararlos, tiende a reducir o directamente elimina las diferencias, en especial las socioculturales, mientras que la antropología médica se caracteriza por subrayarlas y describirlas. Pero no sólo se excluye la diferencia sociocultural, sino que los instrumentos utilizados no incluyen al sujeto ni su experiencia de enfermedad. Y esto contrasta no sólo con las aproximaciones de una parte de la antropología y sociología médica actuales, sino también con diversas aproximaciones clínicas que colocan cada vez más su interés en la experiencia del sujeto y su grupo respecto de su padecimiento (Fitzpatrick, 1990; Roth y Conrad, 1987).
Respecto de lo analizado en este último punto podría aducirse que la epidemiología no incluye determinadas formas de aproximación metodológica no tanto por razones técnicas, sino por considerar que dicha aproximación no produce realmente información más significativa que la generada por medio de sus instrumentos estadísticos.
Esto constituye una antigua discusión entre cualitativos y estadísticos, dada inicialmente entre diferentes líneas metodológicas de las propias ciencias sociales. Así, ya en 1930 Stouffer, analizando la validez de las técnicas biográficas para la investigación de problemas de alcoholismo, realizó un experimento comparativo. Primero aplicó un test de actitudes en relación con el uso de bebidas alcohólicas a una muestra de universitarios, y luego solicitó a cada uno que relataran en forma personal y anónima sus experiencias desde su infancia en relación con el alcohol. El análisis de ambos tipos de datos demostraron una notoria correlación, y según Stouffer la información cualitativa no produjo información de carácter más estratégico que la obtenida por instrumentos cuantitativos. Una parte de los epidemiólogos y de los sociólogos cuantitativistas siguen pensando, igual que Stouffer, que la aplicación de técnicas cualitativas lleva más tiempo, supone mayor capacitación para obtener la información, es más difícil y demorada en su interpretación, no es generalizable, etc., y sobre todo, que la información que aporta no es más relevante que la obtenida con otras técnicas.
Este autor enumera las características que reiteradamente serán utilizadas en el cuestionamiento a las aproximaciones cualitativas, pero justamente no analiza lo que es posiblemente la principal diferencia y aporte antropológico; me refiero al tipo de construcción de la realidad generada por la aplicación de la metodología cualitativa, lo cual posibilita obtener datos más estratégicos y proponer interpretaciones más correctas, por lo menos respecto de determinados aspectos de la realidad como pueden ser el homosexualismo (Devereux, 1937), el suicidio (Douglas, 1967) o el infanticidio (Sheper-Hughes, 1992).
La articulación de estas dos disciplinas debería pasar por la complementariedad más que por los distanciamientos, pero los usos profesionales favorecen la divergencia, que puede ser comprendida, aunque no sé si solucionada, si se le aplica el enfoque construccionista de la realidad. Las relaciones entre ambas disciplinas se han dado dentro de un proceso histórico que las ha constituido individualmente por medio de los enfoques, conceptos y técnicas que utilizan. Sin embargo, una revisión de los conceptos que maneja la epidemiología y el salubrismo en general, permitiría constatar que la mayoría de los mismos han sido generados y utilizados previamente por las ciencias sociales y antropológicas, lo cual debe ser asumido por el salubrismo en sus implicaciones epistemológicas. Comunidad, necesidades de salud, estratos sociales, participación social, niveles educacionales o estilo de vida, son conceptos que tenían una historia teórica y aplicada dentro de la socioantropología antes de que fueran utilizados por la biomedicina.
Pero, además, dichos conceptos fueron inicialmente construidos a partir de lo no patológico, lo cual también debe ser asumido por la epidemiología cuando los utiliza, así como por la antropología cuando los aplica a procesos de enfermedad y atención. Analizar este proceso de construcción, uso y apropiación posibilitaría generar un empleo más correcto y eficaz, así como una mayor complementación entre estas aproximaciones.
Recibido y revisado en agosto de 1996
Correspondencia: CIESAS-México/Juárez, núm, 87/Col. Tlalpan/C. P. 14000/ México, D. F.-/fax 655 55 76

Bibliografía
Bastide, R. (1967), Sociología de las enfermedades mentales, México, Siglo XXI.
Bauer, K. (1980),Improvingthe chances for health: Life style change and health education, San Francisco, National Center for Health Education.
Becker, H. (1971 [19631), Los extraños. Sociología de la desviación, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo.

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